Tres generaciones de machos y su percepción de Juanga
La semana pasada se celebró el primer aniversario luctuoso del afamado—y muy-extrañado—Divo de Juárez. El ídolo de carácter multigeneracional encantó, provocó, cautivó y polemizó el escenario del espectáculo mexicano y en su estela de lentejuelas dejó un complejo legado cultural que puso en entredicho el machismo de un país hípermasculino.
Jorge Jasso, de 47 años, rememora aquel palenque al que sus dos hermanas —que se auto-proclamaron “las amantes de Juanga”—lo obligaron a ir, pero del cual salió igual o más fan del cantautor. Oswaldo Gallo, trigenario, recuerda vívidamente comprar los discos de Juan Gabriel en la parada Pino Suárez del metro; la música de éstos sólo sonaba dentro de los confines de su habitación, dado que a su papá le molestaba que escuchara a ese joto. David Vázquez me enseña en Spotify “Hasta que te conocí”— su canción favorita de Alberto Aguilera Valadez— y confiesa que cuando más agradece su cable auxiliar es cuando puede poner esta canción a todo volumen en su coche. Pablo García, de 14 años de edad, sólo sabe que todo el mundo baila “Noa Noa» en las bodas y me presume un meme de Juan Gabriel en su celular.
Envuelto en lentejuelas y equipado con ademanes exageradamente afeminados, Juanga siempre estuvo próximo a la homosexualidad, más nunca estuvo inmerso en ella. A pesar de los crecientes rumores, su preferencia sexual era más sugerencia que afirmación. Misma que fue callada en la mítica entrevista en donde se pronunció abiertamente al decir, “lo que se ve no se juzga”. “Siempre lo evadió, mas nunca lo escondió. Siempre nos engaño con la verdad”, comenta Oswaldo Gallo, que osa de conocer todas menos dos de las canciones del cantautor. Como señala Monsiváis en la crónica con la que elevó a este personaje a la fama: las chavas persuadieron a los novios, a las madres se les desarrollaron gustos que muy pronto dejaron de ser clandestinos, y el inflexible paterfamilias se descubrió una mañana tarareando. Así, en una sociedad homofóbica, Juan Gabriel llegó a romper el arquetipo josealfrediano del intérprete macho, despechado, ebrio y mujeriego.
“No quería que me gustara, sabía que me iba a convertir en objeto de burla y efectivamente, en eso me convertí. Pero era inevitable, el personaje seduce, especialmente con esas canciones que te llegan”, relata Jorge que tenía 14 años cuando Juanga sacó el álbum Recuerdos II (el más vendido hasta ese entonces en México). Del mismo modo Raúl, de 54 años de edad, recuerda que lo que lo atraía al artista era que era diferente a cualquier cosa que había visto; “Claro, su música era pegajosa, pero una vez que ya te encontrabas escuchando sus canciones, lo que te hacía volver a ellas era el personaje siempre tan enigmático y único que las cantaba”, afirma. “Podías hacer a un lado toda la jotería, el talento hablaba por si solo, pero no quería, el amaneramiento era parte del encanto. Venía empaquetado”, cuenta Jorge.
Era el auge de los palenques—en donde reinaban las peleas de gallo, los juegos de azar, la bebida y sobre todo, un ecosistema prototípicamente masculino—e ir a ver a Juan Gabriel cantar en uno pasó de ser un acto de curiosidad y morbo a uno de verdadero disfrute; era ir a cantar sus canciones, pero también era ir a ver un performance que rompía con todos los esquemas. Mientras que al principio, muchos iban acompañando a sus hermanas o novias, hacia el final, eran ellas las que acompañaban. Mientras que en un principio Raúl se cuidaba de ser visto, luego hacía alarde de estar presente en el show.
“Soy fan de su música, más no del personaje”, admite David de 23 años. Oswaldo, de 30, concuerda, “lo considero una persona bastante pobre. Sus opiniones chocaban con las mías, pero eso no le quita a que la letra de sus canciones sea poesía pura”. A las generaciones más jóvenes Juan Gabriel los cautiva tanto por las temáticas de sus canciones, como por las armónicas melodías que compone, pero el personaje emblemático, que se volvió un referente para generaciones anteriores, se ha diluido con el tiempo. “Es lo que es. Es como cualquier otro artista o persona gay. Una cosa no afecta la otra”, opina David. Para las generaciones que crecieron escuchando a Alberto Valadez por herencia de sus padres, pero que también han sido expuestos a muchos otros artistas abiertamente homosexuales o diferentes, no les impacta la forma de ser del intérprete. “Todos mis amigos aman a Juanga. En los cumpleaños siempre tenemos una parte de la noche dedicada a sus canciones. Creo que en mi grupo de amigos somos más hombres a los que nos gusta, que mujeres”, cuenta Oswaldo que siempre ha sido abierto con su fanatismo. “El dolor del que canta, es lo que distingue a Juan Gabriel. Es su esencia. Todo lo demás que le achacan es sólo porque vivimos en una sociedad machista”, aclara David.
El ídolo, que a diferencia de muchos otros, siempre se dejó querer de cerquita, provocó a las generaciones mayores por su forma de ser, mientras que cautivó a las generaciones jóvenes por su forma de cantar. Hasta que te conocí, en su versión en vivo, es la favorita de las dos. “Muchos me llamaban maricón por escuchar esas canciones, pero valía la pena”, comparte Jorge. “Muchas de mis amistades las hice porque compartíamos el gusto por Juanga”, admite Oswaldo. “A veces si era muy putito el Divo”, reflexiona Raúl, pentagenario. Como han cambiado las cosas al son de Querida, o posiblemente a raíz de quien la interpretaba.
Y ¿en qué coinciden todos? En que no hay mejor cura que Juanga para un corazón dolido, partido o afligido. “Es para dejarte ir”, confiesa David. Ay, y como duele el corazón desde su partida; nos dejaremos ir, más nunca lo dejaremos ir.