Por Regina Barberena, Ricardo Cordero, Santiago García Cornejo y María Inés Oñate
Pese a los rumores difundidos en medios de comunicación y las historias de algunos vecinos de Santa Fe, no hay información concreta que compruebe que a San Bartolo Ameyalco le falta agua por culpa de los desarrollos en el distrito financiero.
Para complementar este reportaje, una solicitud de información le fue hecha a la Delegación Álvaro Obregón, al Sistema de Aguas de la Ciudad de México (SACMX) y a la Comisión Nacional de Agua (CONAGUA) en octubre de 2017. A la fecha no hemos recibido ninguna respuesta.
“¿Por qué nos están quitando nuestro derecho? Tenemos derecho al agua, no es justo que nos la quieran quitar. Hay niños que necesitan bañarse, ir a la escuela limpios y pulcros. Tenemos gente con cáncer y diálisis que requieren de mucha higiene, ¿dónde quedó el agua?”.
Silvia, de 50 años, vive en la parte alta de San Bartolo Ameyalco. Se puso de acuerdo con nueve de sus vecinos para comprar una pipa de 10 mil litros y abastecer sus casas. En 2014 el agua fue retirada de su zona: una mañana de marzo abrieron las llaves y ninguna gota se asomó. Esta situación le llevó a unir fuerzas con tres colegas contemporáneas (que prefirieron quedar en el anonimato) para crear el Proyecto de Agua Lerma-Cutzamala para los Habitantes de las Zonas Torres de Tepito, San Bartolo e Ixtlahuaca.
De acuerdo con historiadores, Ameyalco puede ser traducido como “lugar donde brota el agua” o “manantial”. Una de las primeras menciones al nombre aparece en el Códice de Mendoza, realizado por escribas mexicas unos 20 años después de la caída de Tenochtitlán, en 1521.
Veinticinco de los más de 727 mil habitantes de la delegación Álvaro Obregón viven en San Bartolo Ameyalco. El caudal de litros por segundo que entra del manantial es relativamente poco para abastecer a todos. En aquel entonces – durante 2014 – solamente entraban 39 litros por segundo. “El conflicto es que aquí, dentro del pueblo, había una mafia de piperos”, los mismos que, cuenta Silvia, amenazaron con golpear y matar a las señoras que defendían su parte del agua. Poco a poco, y con la creciente participación de un pequeño fenómeno conocido como calentamiento global, el manantial comenzó a dar sus últimos pasos para ser el principal suministro de lo que llegó a ser agua tratada y agua de uso común.
“Una parte fuerte del problema es el conflicto entre los nuevos vecinos que le compraron a los habitantes mismos de San Bartolo, y los habitantes originales que no quieren aceptar a los nuevos vecinos”, asegura Ramón Aguirre, director del Sistema de Aguas de la Ciudad de México.
La señora Silvia se hace llamar “fuereña”, término usado para describir a alguien que no es nativo del pueblo originario de San Bartolo. Los nativos, sin ser necesariamente «pieles rojas», defienden sus costumbres y tradiciones, pero esto no confiere a un problema entre diferencias ideológicas, sino de dinero y monopolio. Una vez que los fuereños dejaron de tener agua, las dudas surgieron, el enojo brotó y un choque interno se levantó: en San Bartolo Ameyalco salpicaron gotas de inequidad y el negocio de las pipas creció misteriosamente.
Aguirre explica que cuando han querido llevar agua a los vecinos que no tienen, los “originarios” reclaman que quieren vaciar su manantial. “Hay una mezcla entre gente que no sabe, no conoce, no entiende, con gente que quiere darse a conocer y empezar a tener un liderazgo y agarran de bandera la defensa del agua”, dice. “Una mezcla entre mala leche y desconocimiento”.
Este conflicto vecinal tomó vuelo un 14 de febrero de 2014, y no necesariamente se repartieron rosas rojas y chocolates envueltos. Para sorpresa de los vecinos que se encontraban en el centro del pueblo originario, las campanas de la iglesia sonaron como alarma: alguien se metía con el agua. Frente al estruendo, unos 400 granaderos entraban desde Ixtlahuaca, según Silvia. “Faltaban 200 metros para poder llegar a un terreno que nuestra tubería atravesaría, pero los opositores nativos llegaron”, dice. Ese día se convocaron a tres pueblos: Santa Rosa Xochiac, San Mateo Tlaltenango y San Bartolo. “Nosotros estábamos abriendo tierra y de repente bajaron como 600 personas con palas, cadenas, lo que tenían. Nos quemaron una máquina, varias patrullas, ese día fracasamos en el intento”.
Un intento más se hizo el 21 de mayo, desde las 9 de la mañana y hasta las 6 de la madrugada del día siguiente. El resultado fue concreto, el equipo del Proyecto de Agua logró meter un tubo de seis pulgadas y 250 metros bajo el suelo. Un testimonio fuereño mencionó que tomaron medidas drásticas para terminar esta construcción, como una malla de 15 centímetros que bloquea el paso a los llamados nativos.
Las fotografías de este primer golpe no muestran identidades en concreto, pero Silvia señala a quienes ella llama “narcos”, jóvenes de otras colonias que habrían recibido 500 pesos para provocar a la gente, haciéndose llamar “opositores”, e involucrándose durante el enfrentamiento del 14 de febrero. Entre Ladrillos no ha podido confirmar esta información de manera independiente.
Florencio Robles, encargado de aguas del poniente del Sistema de Aguas de la Ciudad, reconoce que el manantial no es suficiente para todos los habitantes de San Bartolo. “En la mañana se le da agua a la parte media y baja y en la noche a la parte alta”, explica. De acuerdo con su experiencia, los vecinos de San Bartolo no quieren agua de otro lado. “Dicen que la de Cutzamala está contaminada y por eso no la han aceptado”.
Aunque es creencia popular que los grandes desarrollos de Santa Fe – los rascacielos, centros comerciales, conjuntos de viviendas de lujo y universidades privadas con decenas de miles de estudiantes -son los que provocan la falta de agua en San Bartolo, que está apenas a unos kilómetros lineales, las autoridades consideran que eso es un mito. “Al desarrollo Zedec (Santa Fe) le llega agua de Lerma y Cutzamala. De hecho, el agua de San Bartolo ahí ni siquiera alcanza a subir”, asegura Robles.
David Bretón vive en San Bartolo Ameyalco desde hace 39 años. Hoy en día es portero en Privada Xaxalpa 34, pero recuerda que cuando todo era milpa, solía sembrarla con su abuelo. “Antes era muy padre aquí”. Sobre los enfrentamientos de 2014, Bretón considera que la actuación de las autoridades fue desmedida. “En vez de traer a tanto granadero hubieran traído documentos… El pueblo estaba rodeado”, dice. David y el resto de los vecinos entrevistados concuerdan en que la falta de presencia de figuras públicas fue notoria.
Tal es el caso del entonces jefe delegacional Leonel Luna. “Antes de eso era querido [Luna] porque ayudó mucho a la gente, le pedían cosas y se las daba, hacía su trabajo como era”, comenta. “Me imagino que fue la ambición… Él ya tenía un convenio con los de Santa Fe, y por eso regresó a cumplirlo. Fue cuando empezaron las construcciones de tubería”, declara David. Leonel Luna, quien ahora es presidente de la Comisión de Gobierno en la Asamblea Legislativa, no ha respondido a las preguntas que Entre Ladrillos le ha hecho llegar.
El sistema de transparencia y acceso a la información pública de la Ciudad de México dejó de funcionar días después del 19 de septiembre. A pesar de la insistencia de Entre Ladrillos, ninguna de las dependencias – SACMEX, Delegación AO – respondió a las solicitudes de información, argumentando una extensión en los plazos por el sismo.
“Siempre han dicho que nos queremos llevar el agua de San Bartolo para Santa Fe y darles la de Lerma. Pero, ¿cómo vamos a gastar energía para bajar y subir? Los malinforman”, afirma Robles, quien atribuye la falta de agua en San Bartolo al aumento en la población. “Desde 1993 tienen deficiencias en época de estiaje. Ha habido una disminución del caudal y ha crecido mucho el pueblo”.
“Aquí se monopolizó el agua potable. Era una mina de oro y un monopolio para los sanbartoleños y para la Delegación, quienes al final vendían las pipas a los que mejor pagaran”. Silvia sostiene que sus vecinos nativos dieron paso al negocio redondo de las pipas, destacando a Miriam y Emilio Perea. Una denuncia ciudadana anónima expedida ante la Procuraduría Ambiental y del Ordenamiento Territorial (PAOT), el 21 de enero de 2005, acusa al señor Perea de “ser propietario de varias pipas de agua con las cuales hace negocio con el agua del manantial”, así como de tener “mayor problema con el humo que expiden las pipas, provocando problemas de circulación y contaminación”. Para valorar esta denuncia, la Subprocuraduría de Ordenamiento Territorial no corroboró la existencia del uso de agua de manantial. En aquel año, Emilio Perea operaba las pipas bajo la razón social MAGESE S.A. DE C.V. y en 2014 cambió a Ojo de Agua. Se desconoce el nombre del resto de los vecinos piperos.
“Muchas veces nos quedábamos sin comer; no te podías dar el lujito de ir al cine porque debías lo de la pipa. Si esto hubiese seguido así, habríamos sido pueblo fantasma”, dice Silvia. Después de hacer marchas y detener Paseo de los Poetas en Santa Fe, contactar a la Comisión de los Derechos Humanos de la Ciudad de México y reciclar el agua que duraba 20 días contados, un 24 de diciembre recibieron su regalo de Navidad. Las pruebas de la tubería surtieron efecto y la zona alta de San Bartolo llevó sus servicios a las cisternas residenciales. “Fueron dos años luchando por nuestro derecho a tener agua”.
____________________________________________________________________________________________

Ante la presencia de granaderos el mítico 21 de mayo en San Bartolo, tanto medios como pobladores crearon sus propias narrativas. Tal fue el caso de Magdaleno Velázquez protagonista de la foto más emblemática del enfrentamiento. El señor de 67 años, dueño de una miscelánea y portador de lo que él denomina sangre sanbartoleña, se convirtió en el abanderado perfecto de algo que se relató como una lucha de “buenos contra malos”. Su rostro ensangrentado se transformó en el símbolo de una represión amplificada por periodistas y negada por las autoridades responsables.
En busca de confirmación acudimos al señor Velázquez, quien nos contó su historia. Lejos de ser el mártir de San Bartolo, Magdaleno intentaba calmar a los jóvenes que lanzaban piedras a los policías. “Me jalaron los granaderos de enfrente, me jalaron los de en medio. ´Órale órale’, me molestaron ‘y ora qué, ¿yo que estoy haciendo, cómo podría estar aventando piedras si estoy frente a ustedes’, ‘ya ya ya tranquilo jefe, ya sáquenlo”. En eso me sacaron, tropecé con una piedra y así me abrí, pero no fue por agresión. Nunca pensé que me fueran a fotografiar”. Magdaleno rechaza las historias de violencia que se propagan en el pueblo, así como las versiones que dicen que el Sistema de Aguas de la Ciudad cortó el agua a los habitantes durante dos meses para que finalmente accedieran a la construcción de la tubería. Sin embargo Magdaleno se considera un férreo defensor del pueblo y de sus recursos naturales. “Mire, dirán que en San Bartolo somos peleoneros y eso, pero no, lo que pasa es que no somos dejados. A mí por la buena hágame lo que quieran, pero ya por la mala…”.