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Más que Tlatelolco

Tomo cinco décadas para que la matanza fuera declarada como un “crimen de Estado” en una nación donde el gobierno sigue cometiendo crímenes de lesa humanidad, quebrantando derechos humanos, y donde la ley es la impunidad.

El movimiento estudiantil se apoderó del verano. Parecía inédito que algo así sucediera a tan solo meses de la llegada de las Olimpiadas a la capital. Una generación harta del régimen opresivo tomó las calles para expresar su enojo e indignación.

Era miércoles 2 de octubre de 1968. Los acusaban de ser terroristas. Eran estudiantes, profesores, intelectuales, amas de casa, niños, obreros, campesinos y periodistas. Entre ellos, miembros del Batallón Olimpia se distinguían con un guante blanco en la mano izquierda. Los dirigentes hablaron desde el tercer piso del edificio Chihuahua.

A las 18:10 se dispararon dos bengalas, una verde y una roja, desde la torre de Tlatelolco. El Batallón abrió fuego contra manifestantes y militares por igual, y los últimos se defendieron de la “agresión estudiantil”. Algunos de los estudiantes se escondieron en departamentos; a unos los encontraron, a otros no. Los desvistieron y golpearon. A muchos se los llevaron para no ser vistos otra vez.

Entonces, a diez semanas de la primera protesta del movimiento, la Plaza de las Tres Culturas se tiñó de rojo con la sangre de—extraoficialmente y según ex-militantes del CNH—325 personas. Hoy la realidad del país es una escalofriante cifra de más de 35 mil personas cuya sangre no puede teñir ninguna plaza porque están desaparecidos.

Hoy, 2 de Octubre, la marcha desde Tlatelolco al Zócalo es más que el terrorismo de estado que vivieron los acribillados por las balas del Ejército. Es más que jóvenes estudiantes encendidos por una causa. Tlatelolco son las familias de 43 normalistas desaparecidos por la policía en Ayotzinapa, son las más de 22 mil mujeres asesinadas en las 32 entidades del país en los últimos ocho años, los 322 cuerpos sin reclamar abandonados en dos tráileres en Jalisco, los seis levantados de Garibaldi, los aplastados por edificios mal hechos y corruptos un 19 de septiembre, los estudiantes apuñalados por grupos porriles con “órdenes de arriba”.

A 50 años, lo que sucedió ese día de 1968 es una herida abierta con limón. El pasado y el presente se entrecruzan en forma de cadáveres y fantasmas. Las balas nunca han podido callar las demandas que hoy son las mismas que entonces:

En un país donde 119 periodistas han sido asesinados en los últimos 18 años pedimos libertad de expresión. Donde se le tiene más miedo a las autoridades que a los criminales pedimos no más impunidad. Donde abundan los políticos corruptos pedimos transparencia. Donde no dejan de aparecer fosas clandestinas pedimos un alto a la muerte.

La gran Elena Poniatowska escribió:

“Ha llegado el día en que nuestro silencio será más elocuente que las palabras que ayer callaron las bayonetas.”

Quizá, hoy, el silencio tremendo de nuestros desaparecidos será el que nos haga despertar.
 
 

Fernanda Cortina es una fotoperiodista de la Ciudad de México.

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