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Unas horas con la caravana migrante

Inevitablemente el camino hacia el Autódromo Hermanos Rodríguez me hizo recordar las muchas veces que me dirigí a ese lugar para asistir a algún concierto. Esta vez, el espacio no sería el refugio de ningún músico, sino de algo mucho más importante, de cientos de migrantes centroamericanos.  


Eran las 11:30 cuando llegué al albergue que el gobierno de la Ciudad de México preparó en Ciudad Universitaria de Magdalena Mixhuca para la caravana migrante. Este grupo de migrantes salió de Honduras el 13 de octubre huyendo de la situación de pobreza y violencia que hay en el país. A ella se le han unido personas de otros países de Centroamérica, como Guatemala y El Salvador, todos con el mismo fin: llegar a Estados Unidos en busca de una vida mejor.

Di pocos pasos para darme cuenta de la magnitud del refugio y de la cantidad de personas que se encontraban en él. Tres comedores, decenas de puestos de organizaciones como la ONU y mesas con ayuda legal y psicológica. Caminé hasta llegar al patio principal para encontrarme con cuatro carpas enormes; en unas descansaban familias completas, y en otras hombres que viajan solos.

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Carpas con atención jurídica y psicológica dentro del albergue de la CDMX

Por dentro, estas carpas tienen filas infinitas de colchonetas sobre el piso donde se acomodan los migrantes. Por horas, niños, niñas, bebés y sobre todo mujeres, hacen guardia en la colchoneta que les asignaron para no perder su lugar, ni las pocas pertenencias que cargan con ellos. Unos piden tenis para cuando reanuden el viaje, otros carreolas para cargar a sus hijos.

En uno de esos colchones, conocí a Wendy y a su hija de tres años, Génesis. Ellas junto con Santiago, el esposo de Wendy, salieron hace 20 días de San Pedro Sula, Honduras pues ambos padres fueron despedidos de una maquila y al no poder encontrar una oportunidad mejor, decidieron irse del país en busca del “sueño americano” en Estados Unidos. A Santiago nunca lo conocí, pues según su esposa se había ido a cargar su celular.

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Génesis y su madre Wendy en el fondo

“Caminar por horas, sin comer y sin dormir es difícil, muy difícil”, dice Wendy. Ella me contó que cruzaron el río Suchiate en la frontera de Guatemala con México por balsa, por que al estar en el puente fronterizo que conecta Tucún Umán con Ciudad Hidalgo, en Chiapas, no se sintieron seguros por la cantidad de gente que estaba en él y por ver cómo los migrantes se empezaban a enfrentar con las autoridades fronterizas.

Wendy, Génesis y Santiago avanzaron hacia Oaxaca en grupo con otros 15 hondureños. Caminaban juntos porque los pobladores de la zona les dijeron que era mejor que se movieran en grupos para estar más seguros. Ahí les contaron cómo una camioneta blanca se había llevado a un grupo de niños, por esto Wendy dice que nunca duerme tranquila, por estar siempre al pendiente de Génesis, y ser literalmente, el colchón de su hija para que no tenga que dormir en el piso o sobre piedras.

La familia no sabe si dirigirse a territorio estadounidense o si irse para Tijuana, donde Wendy tiene unos tíos. Sin embargo, sí tenían planes de salir un día después, el viernes 9 de noviembre, del refugio.

El albergue tendría una asamblea general esa noche a las 20:00 para planear los traslados y el camino a seguir. Muchos migrantes esperaban recibir camiones para poder avanzar hacia el norte de una manera más segura y menos cansada.

Dos terceras partes de la caravana son mujeres y niños: ellas y sus hijos tienen la mayoría. Una de las cosas que más llamó mi atención fue presenciar una junta “solo para mujeres”. En ella, mujeres migrantes y voluntarias del albergue discutían los pasos que deberían de tomar para hacer valer su voz en la caravana.

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«Junta solo para mujeres» dentro del albergue de la CDMX

Hasta el momento, los hombres migrantes son los que han tomado, para bien o mal, todas las decisiones. Que si las mujeres van al frente de la caravana, que si toman el camino más corto pero también el más peligroso, ellos siempre llevan el liderazgo. Las mujeres ya no están cómodas con esta situación y decidieron comunicar sus opiniones en la asamblea de esa noche. “Solidaridad, es cuestión de eso, juntas podemos avanzar”, decía una de ellas.

Niños y niñas juegan lotería, hombres ajedrez y fútbol, los jóvenes cargan sus celulares en las mesas que hay con extensiones eléctricas y las mujeres aprovechan la hora de sol para secar la ropa que han lavado en el piso. A lo lejos de las carpas veo cómo algunas personas se acomodan en las gradas del autódromo, formando sus propias mini carpas para poder pasar la noche ahí. Hace dos semanas, esas mismas gradas eran el descanso de los asistentes al Gran Premio de México de la  Fórmula 1; hoy son el hogar de decenas de migrantes.

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Niños y jóvenes jugando lotería
Georgina Bailón es una periodista de la Ciudad de México. 
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