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El festín del pueblo

El ‘Ofertón’, ‘¡Bara bara!’, ‘¡Güerita! llévese 3×15 pesitos’ ´¡Madresita, ya no busque más, lo bueno y barato está aquí!’, ahora es considerado patrimonio cultural y un lugar perfecto para el cuidado del bolsillo mexicano

Es miércoles, y Chela, apenas ve la luz del sol salir. Se levanta para desayunar y atender a su esposo, que tiene una pierna recién amputada por la diabetes. Después arregla sus cosas para irse a vender al ‘tianguis’ de Ticomán. En grandes bolsas mete los bultos de tela que resguardan las cadenitas, anillos y aretes que vende, todo de plata. Dobla sus lonas, junta sus tablas y palos que dan forma a su puestecito, acarrear sus bolsas de Tupperware, y monta todo en su ‘diablito’. Ella y su nieto agarran la montaña de bultos, abren el zaguán de su casa y emprenden un camino de cuatro cuadras a su lugar asignado.

Pasa la primera calle y saluda al que vende verduras y al de los esquites; más adelante, el que vende pescado ya está atendiendo a la mujer que parece ser la primera clienta del día. En la última calle ve a su amiga que vende ropa “americana” también llegando. Se detiene, deja su diablito y empiezan a descargar.

Barre un poco el lugar y desata el nudo que mantiene su estructura de metal compacta, la monta con dificultad por el peso de los artefactos, pero lo logra. Sube sus tablas para formar una mesa, extiende una tela y comienza a ordenar las alhajas sobre ella para que todo el que pase pueda admirar cada una. Pone sobre su cabeza lonas de color rojo y azul para cubrirse del sol o la lluvia, una constante lucha contra el clima. Su nieto de cinco años se mete debajo de las tablas: es su pequeño refugio para dormir o jugar. Comienza un día más de venta.

Chela y su diablito
Fotografía: Reyna Sánchez

El ‘Tianguis’, palabra proveniente del náhuatl tiānquiz(tli) y que significa mercado, alberga a miles de personas que acuden a practicar el intercambio comercial y cultural. Actualmente, cada ‘tianguis’ del país es la viva imagen de un bello y colorido cuadro prehispánico que representa el día a día de aquella época.

El pilar económico del México antiguo: el comercio y el trueque. Una relación de interdependencia de unos con otros que se dedican a distintas cosas. Un intercambio de productos o servicios de los que se carece o se dispone. En lugar del cacao, la moneda mexicana está circulando, y el tianguis de Tlatelolco ya no es el único, los lugares con mercaditos ambulantes son cada vez más.

Calles y avenidas son cubiertas diariamente, o en un día específico de la semana, por los miles de puestos que ofrecen algo que llena tu hogar, tu refrigerador, tu alacena, tu vista, tu oído, o tu estómago. Lonas de diferentes colores forman una especie laberinto infinito, a través del cual puedes caminar en búsqueda de aquello que te hace falta, e incluso, eso que no sabías que te faltaba. Un sin fin de chucherías que llenan el corazón necesitado de cualquiera: comida, mascotas, ropa, flores, maquillaje, amuletos y joyas, todo lo que uno pueda imaginar está ahí.

Los tianguis son México, y sus tradiciones han pasado de generación en generación, sobre toda conquista, sobre toda guerra. El día a día de los mexicanos que acuden a estos mercaditos son la testificación viva de este manifiesto antropológico.

Trueque
Fotografía: Reyna Sánchez

Por estas razones fue que el diputado Leonel Luna Estrada, ex presidente de la Comisión de Gobierno de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF), presentó la propuesta de declarar a los mercados ambulantes, o tianguis como el mexicano lo llama tradicionalmente, un patrimonio cultural tangible. Todo surgió a partir de que el legislador afirmó que estas manifestaciones ayudan a “fortalecer y fomentar las expresiones culturales y sociales, los usos y costumbres, y que datan del legado que nuestros pueblos mesoamericanos dejaron a la cultura mexicana”.

El otrora diputado declaró que estos negocios ambulantes son herencias de generación en generación, “una fotografía del ayer y del presente de la sociedad”. Por eso el propósito de llevar a cabo esta propuesta es “conservar, salvaguardar y mantener estos sitios de forma correcta por parte de las autoridades correspondientes y la población en general”. Con estos argumentos, la ALDF aprobó la declaración que convertiría a estas maravillosas 400 mil manifestaciones existentes en todas la alcaldías, según el censo del El Big Data en mayo de 2018, en un Patrimonio Cultural Tangible de la CDMX.

¿Cuáles son los motivos principales que empujan a esos individuos a dedicarse al comercio ambulante?

Estos lugares además de ser proveedores de servicios o productos para muchas familias, son la base económica de otras tantas, y una gran aportación para grandes ciudades, pues los empleos formales que existen no son suficientes para la población.

Un artículo publicado por ‘El Universal’ en julio de 2017, lo ejemplifica, pues explica que cerca de 40% del Producto Interno Bruto (PIB) producido por la Ciudad de México, es gracias a trabajos informales como lo es la venta ambulante de artículos o servicios. Sin embargo, la Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo (Canaco), declaró que estos negocios informales afectan al sector formal en general, provocando una pérdida de cerca de 285 millones de pesos al año.

Ivette Saldaña, reportera de El Universal y El Financiero, y Alberto Verdusco, reportero, editor y analista de Economía en El Universal y Milenio; en una colaboración para El Universal, señalan tres factores principales: falta de empleos, crisis económicas y fines políticos-electorales.

El primero, como ya lo habíamos mencionado, es la falta de empleo, lo que orilla a estas personas a dedicarse al tianguis ambulante. Chela declara que ella llegó al negocio a partir de que su esposo se quedó sin empleo.

“Para mí el tianguis es una fuente de trabajo. Llegue a este lugar cuando él se quedó sin trabajo, causando que nos metieramos al tianguis. Ahora tengo ahí 26 años, y la experiencia ha sido muy buena”, dice Graciela de 58 años.

Las crisis económicas también afectan a estos lugares. Los cambios drásticos en los precios de los productos son el claro ejemplo. El aguacate sube, el pollo está más caro, el precio del huevo está por los cielos, y el salario mínimo ya no alcanza ni para un kilo de bistec o de pescado. Lo que se alcanza a comprar de verduras o frutas ya no es suficiente para la canasta básica. La Merced, la Gran Central de Abastos y hasta las producciones familiares privadas, son víctimas de la decreciente economía del país.

La ropa, los accesorios, el entretenimiento, todo es más caro, y en las tiendas departamentales solo pueden comprar aquellos con un sustento estable; es ahí donde el tianguis, dentro de sus pocas o muchas posibilidades, invierte y se esfuerza para mantener al pueblo con las provisiones necesarias a un precio más justo y con mayor o igual calidad a la de aquellos grandes monopolios.

Belleza
Fotografía: Reyna Sánchez

Por otro lado, en cuestiones de política, los miles de tianguistas son una víctima más de la corrupción. La causa inicial radica en que gran parte de la economía y ganancias de los comerciantes se encuentra en los bolsillos de funcionarios públicos, según explican ellos mismos. Los representantes de los grupos de tianguistas, quienes se encargan de cobrar las cuotas de piso, llegan a pedir un monto extra para dar un mejor posicionamiento dentro de la estructura estratégica del tianguis al vendedor, según la concurrencia que éste busque para su negocio.

“Había un delegado que te pedía dinero por darte un lugar masomenos regular. Tenías que mocharte con entre 50 y 100 pesos más cada ocho días”, dice Miguel de 54 años.

A pesar de la informalidad que caracteriza a este núcleo, existe un sistema a seguir. Para poder vender en un tianguis se debe pagar anualmente una credencial o permiso de venta que va desde los 500 a los 600 pesos. Asimismo, por cada día de montaje, se paga una cuota de basura y de plaza, que dependiendo del producto vendido, es la cantidad a pagar, y que puede ser de 25 o subir a los 80 pesos por día. Sin embargo, esto no es un impedimento para que los tianguistas continúen operando, pues millones de familias dependen de este negocio, dejando ver con claridad que están muy lejos de desaparecer.

Y a pesar de eso, los tianguis son un gran festín dentro de una universalidad de productos y servicios son lo que inspira a la población para agasajarse con todo lo que se puede encontrar ahí. ¡Bueno, bonito y barato!

 

Reyna Alejandra Sánchez Rubí

Laboratorio de comunicación periodística
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