
Son las tres de la tarde y Karla sale de clases. Hace una semana entró a primaria e hizo nuevos amigos. Espera a su mamá en la calle Manzanillo para mostrarle un dibujo que hizo en clases acerca de qué quiere ser de grande. Ansía con jugar con sus muñecas este viernes por la tarde, pero su mamá tiene otros planes. ¨¿A dónde vamos mamá?¨, pregunta Karla a su mamá viendo que no toman la ruta habitual a casa, ¨vamos a la Glorieta de Insurgentes¨.
Sentadas en el vagón rosa del metro, su mamá le toma de la mano y la aprieta fuerte. Karla observa con extrañeza cómo todas las mujeres dentro van calladas, esperando la próxima parada. De lo más profundo de su bolso su mamá saca un un pequeño bote transparente lleno de diamantina morada. Karla solo se queda quieta mientras le pinta un corazón en cada cachete. Delicadamente acaricia su piel con el dedo mientras le dice que por favor no se separe de ella en ningún momento. “Vamos a un lugar donde habrá mucha gente. Si te separas un segundo de mí te puedes perder y sería muy difícil encontrarte. Así que no te separes, siempre agarrada de mi mano”. Karla solo asienta con la cabeza. No entiende mucho de lo que su mamá dice, pero incluso desde el vagón ya viene pegada como chicle a ella. “¿Por qué vamos ahí?”, susurra mientras el vagón por fin se acercaba a la parada. El sonido del metro deteniéndose hizo que su madre no la escuchara, además de los nervios. Se paran frente a la puerta esperando a que las puertas del vagón se abran. Por última vez su madre le repite: “No te separes de mí ¿entendido?”.
Lo que Karla no sabe en ese momento es que en la Glorieta de Insurgentes se dan cita aproximadamente mil mujeres para protestar por los feminicidios y el abuso de género que azota a la ciudad. Una adolescente de 17 años fue presuntamente violada por cuatro policías en la delegación Azcapotzalco. La develación pública del nombre de la presunta víctima derivó en el descontento del movimiento feminista.
La mamá de Karla lleva una pancarta con la leyenda: ¨No nos cuidan, nos violan¨ en una mano, y de la pequeña Karla en la otra. Caminando con la boca abierta, viendo una cantidad impresionante de gente, aprieta la mano de su mamá, asustada. Ella la voltea a ver y le sonríe para tranquilizarla. Empiezan a caminar con la muchedumbre y su mamá grita cosas como “ni una menos” y “vivas nos queremos”.
Karla, caminando entre rodillas y espaldas, no puede ver bien qué sucede, pero se percata de algo. Todas son mujeres, caminando y con diamantina morada por todos lados. Poco a poco los nervios de la pequeña cesan e incluso hubo un momento en el que considera soltar la mano de su madre, pero la mamá de Karla al sentir que se estaba dejando ir, sólo la toma más fuerte.
Pasado un rato, Karla ya cansada le pide a su madre que la cargue un rato. ¨Mamá ya me quiero ir casa a jugar con mis muñequitas¨. Ella la pone entre sus brazos y al levantarla los gritos se intensifican. Los brazos de su mamá se apretaron tanto a su alrededor que casi la lastima. “¡Fuera hombres!” Se escucha como una ola que va creciendo. Que empezó a kilómetros de distancia y se rompe justo al final de la muchedumbre después de la última mujer hasta el fondo de la marcha. Los ojos de Karla se llenan de lágrimas por miedo. Los empujones no paraban, su mamá, que la tenía como koala en sus hombros abrazada, no se detiene y sigue caminando.

“Mamá, ¿qué está pasando? ¿Mamá, quienes son estas personas? Mamá, tengo mucho miedo” Karla preguntaba, pero su madre no respondía. Su concentración es caminar en la marcha directo a las oficinas de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México. Los ojos de Karla, bien abiertos, sigue sin confundida por lo que pasa en su entorno. Hay demasiado movimiento, demasiadas personas gritando en histeria. Por un segundo cierra los ojos y busca cobijo en su madre.
Con los ojos cerrados solo escucha gritos, golpes, llantos y risas. Muchas cosas diferentes a la vez. Cosas que ella no entendía, ni podía llegar a entender. Cosas que para ella no tienen sentido todavía. Ella sólo quiere jugar con sus muñecas.
Llegando a la estación de policía las cosas se pusieron más difíciles, ellas se apartan un poco del lugar. Solo podían ver golpes, el sonido de vidrio rompiéndose al caer al suelo, mujeres gritando, hombres siendo agredidos. Los ojos de Karla veían una película de acción no apta para su edad. Le brillaban los ojos como cristales. “¿Por qué hacen esto? ¿Quienes son ellos? ¿Dónde estamos?”
Más preguntas. Ninguna respuesta.
Su madre la puso en el suelo y la toma de la mano. Con lágrimas cayendo y la diamantina morada esparcida por toda la cara, le dio un beso.

Caminaron de regreso al metro. Karla ya no hace preguntas, muy callada. Su mamá hace lo mismo. Escuchan a lo lejos como la lucha continúa. La estación de metro dañada, un destello púrpura y un paliacate verde en el suelo, cosas que Karla reconoce pero que no entiende por qué están ahí.
Entran al vagón y su mamá saca de la bolsa una un pañuelo. Le limpia un poco la cara. Estaba un poco lleno, pero encuentran un lugar para sentarse mientras Karla se sentaba en sus piernas. Entre bostezos de agotamiento Karla le pregunta, “Mamá… ¿qué hacemos aquí?” y su madre simplemente le contesta “luchando por tu futuro”.

Karla no entendió muy bien a qué se refiere su mamá. Quizás en los siguientes años comprenderá las causas de este movimiento. Por ahora, sigue siendo una niña. Ya no tenía la energía de preguntar otra cosa. Abraza a su mamá y cierra los ojos para dormir muy tranquila de regreso a casa.
Por Gala Jaeger y Sebastián Aceves