
Para las instituciones, hay una gran distancia entre el muralismo que se llevaba a cabo en los cincuentas o sesentas, y el nuevo muralismo; aquél que se está haciendo en las calles. Enriqueta Arias, sin embargo, se está encargando de crear un vínculo entre el arte urbano, el espacio, y, sobre todo, la comunidad que lo habita.
A diferencia de las obras colgadas en museos o galerías, aquellas que tiñen paredes enteras de edificios poseen una gran ventaja: los puentes y las conversaciones se generan sí o sí. Paseas por las calles y estás obligado a verlas. Forman parte de tu colonia, de tu ruta diaria. Puede que a la gente no le guste; eso ya es otra discusión. Pero surge el diálogo, y surgen los cuestionamientos. Eso es lo más importante cuando se trata de arte; de no hacerlo, no se transforma la cultura, y el trabajo no se convierte en capital cultural.

En un espacio cerrado, en cambio, el arte intimida. Te deja claro que no eres parte de ese mundo, y que probablemente ni entiendas lo que es. En una galería, está una persona detrás de ti, queriendo que compres algo que probablemente ni puedas costear. En los museos, algo similar; a los mediadores que rondan las salas les cuesta exponer qué es lo que el artista intenta comunicar. Las opciones, entonces, son salir sintiéndote perseguido, o sintiéndote ignorante.
“¿De qué sirve que vayamos a la exposición de Koons y Duchamp, si finalmente no estamos entendiendo?”
Enriqueta Arias
Que esta nueva ola de muralistas genere un engrane que involucre a la comunidad, sin embargo, resulta una labor difícil. Las instituciones, sobre todo en México, aún no consideran el arte urbano como arte en sí. En vez, optan por beneficiar a la misma comunidad de la que proviene; con la que se forma, y con la que se gesta. Pero aún si el entorno no fuese tan mezquino, hay más factores que impiden que el arte urbano esté institucionalizado. Los mismos artistas, hasta ahora, no habían buscado ser parte de esta estructura, y a pesar de que buscan vivir de su trabajo, generalmente están en contra del sistema. Por lo mismo, requieren una organización fuerte y grande para que ellos, al igual que sus obras, estén protegidos.
Ahora, tanto a nivel nacional como internacional, enfrentan un debate por la manera en la que se han apropiado los espacios públicos, especialmente si su obra ha sido comisionada por una marca. Falta que haya un cambio de percepción; no sólo se están transformando las calles, sino también la manera de ver a las marcas. Hay una gran área de oportunidad para que, en vez de espectaculares, la publicidad sea presentada por medio de murales; algo distinto a lo que hemos visto desde pequeños, algo pintado a mano, en donde alguien plasmó su forma de ver el mundo.

Desde el 2016, en Artsynonym colaboran con Mercadorama para generar un vínculo entre el arte urbano y la música. Parte de esto ha sido la develación de las portadas de 22, A Million de Bon Iver, y de I See You de The XX.
En la esquina de Niza y Londres, en la colonia Juárez, recientemente llevaron a cabo un proyecto para promocionar el más reciente álbum de The National. Quienes realizaron esta última intervención fueron Citlali Haro y Sofía Weidner, dos artistas que nunca antes habían pintado un mural.
Ahora planean cuál será el mural que ocupe este mismo lugar. Por su misma naturaleza, éstas obras están programadas para desaparecer; el paso del tiempo deteriora el trabajo, y resulta más caro llevar a cabo labores de conservación que hacer otro nuevo. Ahí donde produjo su primer proyecto, una campaña para una marca de cápsulas de café, están ahora realizando una nueva intervención. Las piezas, efímeras, quedan registradas solamente por fotografías o videos.