Pizza de cochinita pibil, chapulines, carnitas o rajas con crema. Masa de maíz azul, queso oaxaca, salsa de frijol o de jitomate con chipotle. Un pequeñísimo local ubicado en la Zona Rosa que merece ser conocido y visitado por todo aquel que se encuentre en nuestra CDMX: Pixza. Una plataforma de empoderamiento social disfrazada de pizzería, o al menos así la describe Alejandro Souza, su fundador. ¿Por qué?
Un restaurante fuera de lo cotidiano y cien por ciento mexza, que para los fanáticos de las pizzas y de la comida mexicana es el lugar ideal. La pizzería cuenta con una variedad de platillos mexicanos adaptadas para que los puedas disfrutar en una pizza individual. Sin embargo, detrás de toda esta delicia se encuentra el verdadero enfoque social del restaurante.

La idea principal: la inclusión sostenible de jóvenes con un perfil de abandono social mediante un empleo formal en Pixza. Todos los jóvenes, de entre 17 a 27 años, que pertenecen al equipo tienen mínimo dos de estas seis características: abandono familiar, vivir en situación de calle, rezago educativo, historial criminal, historial en dependencia de drogas o migrantes o refugiados. El programa de empoderamiento dura 18 meses, en los cuales, los chavos tiene un sueldo fijo, y así, el comienzo de una readaptación a la sociedad.
Conoce a Luis
Luis lleva trabajando en Pixza dos meses. Es el mesero del local ubicado en Liverpool 162, aquel que te hace buenas recomendaciones y amablemente te atiende. Con los brazos y cara llena de tatuajes recibe miradas sorpresivas al instante pero antes de juzgarlo conoce su historia.
A los 15 años decidí salirme de casa de mis papás. Yo soy de Puebla, pero, deseaba ir a la Ciudad de México a ser independiente. Sin embargo, al llegar no fue como lo imaginé. Comencé a trabajar con vidrios en el Metro, no me iba mal, pero cómo era morro de casa, me gustaba ganar lo suficiente para poder quedarme en un hotel, comer, bañarme y dormir en un colchón… aproximadamente necesitaba 1200 pesos al día. Con el paso del tiempo, la calle me convirtió en adicto. Claro, probé las drogas y me gustaron. Lo que más disfrutaba era la piedra, pero también consumía mona y mota. Mientras más dependiente de las drogas, más descuidado me volví. Comencé a dormir en la calle, a estar pedo todo el día y a trabajar para tener varo para más droga.
Me moví a Ecatepec y conocí a mis compas, con ellos tuve un cantón que llenamos de sillones y ahí dormíamos… hacíamos nuestras pedas y pasábamos el rato.

Mi primera vez en el reclusorio fue por asaltar un Oxxo. Un compa había conseguido un cohete (pistola), todos nos dirigimos encapuchados al local y al entrar uno se encargó de la cajera, otros de tomar todas las chelas y comida que queríamos, y yo, de todo el dinero en efectivo. Los policías nos encontraron hasta la noche, y aunque sí había sido yo, los tatuajes me delataban. Mis brazos y cara llena de tatuajes hacen que me vean automáticamente como delincuente ¿me entiendes?
Llegue al Ministerio Público (MP) de San Lázaro, y de ahí me transfirieron al Reclusorio Oriente. No es un lugar bonito… cuando llegas te desnudan por completo, te quitan todo lo que traes, te bañan con agua fría y después te madrean los policías. Cuando caminas por el kilómetro (pasillo de celdas) todos te gritan: “Puto”, “dame tus tenis”, “te voy a chingar”. Esa vez demostré que no tenía miedo, pero los morros están locos. Ellos sí te matan. Es mejor juntarse con los adultos, los que llevan años viviendo ahí, los que ya van a salir, a los que ya no les importa nada.
En esos momentos no tenía a nadie. Mi familia estaba en Puebla y yo no les iba decir dónde me encontraba. Es mejor que piensen que vienes de la calle. No te piden dinero, no te piden nada, porque no eres nada. Salí… el representante del Oxxo nunca se presentó y salí. No quería regresar, pero, lo hice. Seguí drogandome y trabajando fuera del Metro… la primera vez solo me llevaron al MP de Pino Suárez por lesiones dolosas. Mientras estaba trabajando me pelee. En esa época cualquier cosa me prendía y sabía que era bueno con los golpes. La segunda vez, iba con mi compa, otra vez en el Metro. Un señor ya grande empezó a echarnos pedo, ¿me entiendes? Sacó su navaja, nos gritó y corto mi brazo. Había arruinado mi tatuaje y entonces lo empecé a golpear. Navajeo mi pecho y le rompí la nariz. Yo no quería, pero una vez que empezaba no paraba.

Los policías nos separaron, él aventó la navaja y yo fui el culpable. Otra vez a Pino Suárez, y esta vez no solo eran lesiones dolosas. Por haber peleado en los vagones del metro también eran daños a la nación y daños a vehículo doloso. Yo no quería regresar y ahí estaba, otra vez al Reclusorio Oriente. No estuve mucho, solo tres meses y salí. Mi sobrina, la hija de mi hermana, muere. ¿Cómo ella se había muerto, si tan solo era una niña? ¿Por qué yo seguía aquí? Ya no quería drogarme, ya no quería vivir en la calle, ya no quería. Le hable a Kike, trabaja en Caracol, una fundación que nos ayuda. Bueno, ayuda a chavos que viven en la calle o se drogan. Le dije que quería un trabajo.
Un par de días después me habló Kike, me dijo que me presentará en un restaurante para una entrevista de trabajo. Estaba muy nervioso, más porque me preguntaban cómo había sido mi vida. Yo no quería decir que había vivido en la calle, ni en la cárcel o qué me drogaba; pero, cuando me explicaron que era necesario o no me contratarían, les conté todo, y la verdad, me sentí mucho mejor. Pixza es mi nueva oportunidad.
Un horno social
Al trabajar 12 meses todos los chicos tienen la oportunidad de hacer su horno social. Esto es una plataforma de financiamiento colectivo (crowfunding) que se dedica a impulsarlos y mejorar su calidad de vida en un futuro cercano. Antes de cumplir sus 18 meses y terminar su estadía en Pixza, cada uno puede crear su propia pizza de edición limitada y las ganancias que se obtenga de este especial, se van a la persona.
Alejandro no busca crecer; sí le gustaría expandir Pixza, tener un local en cada estado de la república y generar más empleos. “Para dedicarse a esto hay que entender la complejidad del mundo; para ser un emprendedor social hay que tener sensibilidad y buscar el contacto con las personas”

Por cada cinco pizzas vendidas Pixza, regala una a personas con escasez alimentaria. Cada martes de último mes los trabajadores de Pixza y todos los voluntarios que se quieran unir a la causa van a un albergue y las regalan.
Comer pizza en la CDMX se ha convertido en una cotidianidad, pero comer pizza y generar una nueva oportunidad -un impacto social- es un privilegio.