Las alarmas están desactivadas desde el día que no salgo. Los pequeños rayos de luz que entran a través de mis cortinas y llegan a mis ojos son los causantes de mi despertar. Me baño y arreglo rápidamente para estar a tiempo. Coloco la computadora sobre la mesa del comedor, ingreso a Zoom y dirijo la pantalla a cierta área con el fin de encuadrar la pared que está detrás, asegurándome así que mi hermana y madre puedan moverse con libertad y sin pena por la casa. Ingreso a la reunión.
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Todo comenzó un 28 de febrero, cuando el gobierno informó a la población mexicana los primeros casos de coronavirus en el país. Casi tres semanas después, 19 de marzo, las autoridades pertinentes establecieron la Jornada Nacional de sana distancia. Hoy, México, lleva seis meses, una semana y tres días en contingencia.
El mundo fue obligado a salir de su zona de confort debido a la pandemia. Al principio, pensé que se crearía una deshumanización por la falta de convivencia (presencial) humana, pero después con el tiempo me percaté que no sería así. Las videollamadas serían el único medio de comunicación que nos permitirían tener un pacto de intimidad, por el cual nos sentiríamos más cercanos.
“La creciente epidemia ha ampliado mi visión sobre lo que significa ser un proveedor de tecnología de comunicaciones, de video en tiempos de necesidad”, compartió en su blog el fundador de Zoom, Eric Yuan, a finales de febrero.
Mi padre, debido al trabajo que ejerce, ha tenido toda su vida videoconferencias. Lo sorprendente es que ahora él, casi nativo en el mundo de las videollamadas, me comenta que el entorno en el que se están dando sus reuniones o juntas es diferente.
Por tema de comodidad, él nunca enciende su cámara cuando se encuentra en videollamada y eso recientemente cambió. No necesariamente por la pandemia, sino por cómo se lo hicieron ver algunos compañeros de trabajo. “Enciende tu cámara, déjame verte y asegurarme que estás bien”.
La intimidad de mi padre, entendida desde mostrarse, nunca había sido exigida y tan importante para los otros. Desde ese día, todos sus compañeros y directores se muestran.
La aplicación zoom, según Infobae económico, aumentó 21% desde finales de 2019 y agregó 2.22 millones de usuarios activos mensuales hasta ahora en 2020.
Pero la intimidad en las videollamadas no solo se encuentra en el mostrarse ante los demás, sino también en el cómo te muestras.
Platicando con Paola Rodríguez, estudiante de 22 años, acerca de la convivencia por videollamadas, recalcó un punto que nadie cree que es importante, pero es interesante de analizar; la apariencia física. Ella es una mujer que se maquilla cuando sale de su casa, pero en esta cuarentena no puede asociar: casa – ella maquillada. Simplemente le parece extraño. Es por eso que a lo largo de la contingencia ha decidido tomar un par de clases sin maquillaje, e incluso con la mitad de la pijama aún puesta.
La intimidad aquí también entra en juego, en el sentido de dejar verse como solo su círculo más íntimo la ve.
¿Será la comodidad de sus hogares por lo que las personas están dejando develar más intimidad con los otros o es la seguridad que les emite la división existente a través de la pantalla? Creo, fielmente, que las dos partes trabajan en conjunto para lograr romper un intento de deshumanización, por el simple hecho de estar comunicándonos virtualmente. Finalmente, pero no menos importante, está la intimidad que se muestra detrás de las personas. Su hogar. Develar ante miradas ajenas, un lugar íntimo el cual solo se compartía con unos cuantos.
Para Juan Aguilera, un trabajador que con anterioridad ha realizado home office, la intimidad no reside tanto en el lugar que ves, sino en los actores y diferentes atmósferas que se podrían observar u oír mediante la cámara.
Un niño corriendo y otro llorando. Una madre que pide disculpas por la interrupción o el ruido que se pudo escuchar. Silencia el micrófono y se quita la diadema. Se estira por algo que se encuentra detrás de la pantalla, lo cual resultan ser un par de galletas, que procede a darle a los niños mientras les señala la otra habitación. Voltea hacia la cámara, se peina y coloca la diadema nuevamente para proseguir con la llamada.
Comenta Juan como la última anécdota íntima que pudo percibir en la semana.
Quién diría que un pedazo del entorno del otro es lo que se necesita para que se cree un ambiente más personal y genuino que ayudará a fortalecer la actividad social.
Ricardo Yepes Stork, en su libro La persona y su intimidad, lo dice de esta forma: “Las relaciones entre las personas pueden basarse también en abrir la intimidad y, por decirlo así, entrar en el núcleo personal del otro.”
Las vinculaciones sociales en tiempos de cuarentena se están creando en espacios nunca imaginados y de maneras nunca pensadas.
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Libreros, salas, cuartos, comedores, personas, objetos, mascotas y ruidos. Es lo que veo y escucho, a través de la pantalla y micrófonos que se encuentran frente a mí.
Es así como he ido conociendo, y dejando conocer, el pedacito de intimidad seleccionado, que compartimos virtualmente. Ellos, yo, nosotros.