Sin categoría

Brumas de dolor: entrevista a una alcohólica en recuperación

“Yo no sé si esto les suene fuerte, perdón, es solo en mi caso personal. Yo no le deseo a nadie caminar sobre los vidrios rotos”. Yolanda había bebido demasiado. Luchaba por no quedarse dormida. Lo último que su mente registró fue una tarde lluviosa llena de neblina. Muchos árboles. Eran muy altos. Parecían gigantes. “Primero los brindis. No sé por qué. Tal vez por nuestra próxima desgracia”. Luego un golpe seco muy fuerte. Cristales hechos añicos. Gritos de angustia, desesperación y dolor. Después solo quedó un silencio sepulcral. Un vacío. Tan solo sombras de dolor y muerte. “Las sombras del dolor habían llegado a mí (…) en la carretera, la camioneta de mi primo se estrelló contra un árbol. Quedó deshecha. Los cuerpos ensangrentados los encontraron tirados fuera de la camioneta”. Debido al impacto, salieron disparados. A Yolanda la hallaron sobre su propia sangre. Pálida, desmadejada, llena de lodo.

Mis pies

“La mayor parte del tiempo me la pasaba descalza…». Le encantaba andar por las veredas entre el follaje admirando siempre los tupidos arbustos, los helechos, las flores. Sintiendo el rocío de la hierba en sus pies.

Nadie sabe cómo será la vida, pero Yolanda siempre supo que algún día probaría el alcohol. Estaba en todas partes. En la escuela, en las letras de las canciones, en casa. Pero nunca imaginó que llegaría tan lejos. Siempre pensó que a ella no le pasaría nada. Nunca creyó que sufriría por consumir. En lo más profundo de su alma pensó que con algo de voluntad podría parar.

“¿Dónde me llevó mi vida de joven con el alcoholismo?”. Lo que en unos segundos sucede puede cambiar todo el curso de nuestra existencia. “Empecé a beber a los 18 años, en las fiestas, con amigas (…) a pesar de todo, la vida me sonreía (…) jamás volveré a tener esos hermosos y maravillosos 18 años”. Si solo hubiese sabido lo que sucedería años después, quizás no lo hubiera creído. El alcohol infundió en Yolanda una sensación de valentía. Podía expresarse de forma más fluida. Era una chica tímida, pero al beber desaparecía todo temor. “Eran las engañifas que el señor alcohol me presentaba ante mí misma”.

Yolanda quería fugarse de su realidad a través del alcohol. “Yo ingenuamente me lo creí e hizo de mí lo que quiso”. Era una persona desadaptada. No se conocía a sí misma y tampoco lo que pasaba dentro de ella. Sentía rabia, coraje, soledad, dolor, confusión, pero no lo sabía en un inicio. Cuando se dio cuenta de esos miedos internos que sentía, tuvo que acallarlos con alcohol y más alcohol.

La agonía de una alcohólica

“A los 24 años de edad yo ya tenía serios problemas con mi forma de beber”. Su familia se preocupaba y no sabía qué hacer o a quién acudir. Las lagunas mentales comenzaron a aparecer con mayor frecuencia. “Era humillante tener que esforzarme por recordar cómo llegué, quién me trajo, qué hice”. Era espantoso no poder acordarse de nada.

“Algo que me hacía beber también muy fuerte era esa terrible soledad del alma que padecía yo”. Intentó huir, pero no tenía a dónde ir ni con quién acudir. Para ese tiempo ya estaba completamente fragmentada. Con nada ni con nadie encontraba regreso. “Hoy sé que de lo que trataba de huir no era de otra cosa más que de mí misma”. Se sentía no querida, con una espantosa soledad. Miedo a vivir y miedo a morir. Miedo a continuar bebiendo y miedo a parar de beber. “Mi madre me quería. Solo me decía con un dejo de esperanza: ‘Deja de beber’. ¿Por qué no entendí? ¿Por qué no hice caso?”.

Recuerda con melancolía aquellos días de su niñez, cuando comía pan recién horneado con su madre mientras veían el atardecer. O aquellos días cuando su padre iba de cacería y traía un venado a la casa para la comida. Aquellos días en los que se iba al río, a caminar sobre la arenilla y las piedras de varias formas y colores. Anhela poder regresar a esos días, cuando se sumergía en el río hasta que la piel de sus pies se arrugara. Aquellos días en los que se recuerda con una sonrisa en la cara.

Errores que matan

Ya no podía escapar de las garras del alcohol. Arriesgó su vida tres veces. Estaba acabando con todo. Su manera de tomar ya era incontrolable.

“Llegué por primera vez a un grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) y me recibieron muy amables. Me ofrecieron una silla y un café y me invitaron a escuchar una junta. Me dijeron: ‘ya quédate con nosotros. Ahórrate de 10 a 15 años de sufrimiento inútil. Ya no vayas por más. Hoy llegaste completa con piernas y brazos y tus maravillosos ojos que pueden ver los colores’. En mi mente aún resuenan sus acertadas palabras: Llegaste completa, con piernas”.

Paró de beber durante dos años, pero bastó un instante para volver a tomar. “Sé que el programa de AA es sencillo y fácil para quien lo quiere, pero en ese momento yo no quise profundizar”. Sintió miedo y se alejó. “Esa noche exploté”. Prefirió explotar que llegar a la raíz de su problema. Compró una botella y se olvidó del mundo.

Esa noche sucedió el accidente que le cambiaría la vida para siempre. “Mi primo y su compadre murieron instantáneamente. Me recogió un helicóptero de la Cruz Roja. Estuve 48 horas sin conocimiento”. Quedó tirada como una marioneta sin hilos. Aquellos hilos que le daban vida se habían roto para siempre. Esos hilos que le daban vida se rompieron como su columna vertebral.

Después de un fatal accidente poco o nada queda por hacer. “Volver a la vida, ¿para qué? Mi mente en blanco y mi cuerpo hecho pedazos. Mi alma agonizando. ¿Para qué volví a la vida? ¿Para qué?”.

“Qué desesperación de locura quedar paralítica, inválida, a mis 34 años”. Erróneamente creyó que nunca le ocurriría nada. Y fue todo lo contrario. “Qué caro me costó errar el camino. Me pude evitar mucho dolor y sufrimiento inútil”. Fueron momentos eternizados en un profundo dolor.

Brilla una luz de esperanza

“Gracias a mis guías, a una fuerza suprema, a un programa de Alcohólicos Anónimos, todo ha quedado atrás”. La adicción es una enfermedad dolorosa y mal comprendida. Es un problema de salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo declaró como una enfermedad progresiva, incurable y mortal.

“Llegué a AA después de haber sufrido la tortura alcohólica”. AA le salvó la vida y con el programa ha podido dejar de beber por más de cuarenta años. “No se me antoja. No quiero, no lo necesito”. La obsesión por el alcohol se empezó a esfumar poco a poco y después de trabajar el programa se dio cuenta que el problema ni siquiera era el alcohol. El problema provenía de males más profundos, los del alma. El alcohol era tan solo un síntoma de la enfermedad.

Yolanda tuvo tres hijos, mismos que arrastró en su problemática causándoles mucho sufrimiento. “Y no era porque yo quisiera. Yo los amo hasta el día de hoy. Lamentablemente mamá murió en el 2000. Ya no le pude decir que cómo la amaba. Cómo la quería. La necesito hasta el día de hoy. Pero aún con todo ese dolor que pueda tener y de todo el daño que hice, no, no sería capaz de beber”.

“Hoy estoy bien gracias a este programa. Vivo contenta y tranquila. No necesito el alcohol para nada, en cualquiera de sus componentes, ni las drogas”. AA le ha regresado la alegría de vivir.

Yolanda lleva más de 40 años en la misma cama. Su columna se fracturó en el accidente y no volvió a caminar. Tiene una casa de recuperación para mujeres, por la que han pasado miles de ellas. Algunas han fallecido, otras han vuelto a consumir, pero muchas otras se han recuperado. Ha ayudado a salvar muchas vidas.

Yolanda encontró su misión: Contar su historia por si hay alguien a quien le importe, con la esperanza que alguien la escuche y se evite el psiquiátrico, la cárcel o un encuentro temprano con la muerte.

 “Con que una se salve, habrá valido la pena”. No se cansa de repetirles las mismas palabras que le dijeron a ella esa primera vez: “Niña, quédate, llegaste completa”.

A %d blogueros les gusta esto: