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Mariana Paniagua: apocalipsis en lienzos miniatura

Ante las pinturas de Mariana, es común dejar de pensar en pigmentos y empezar a ver naturaleza.

Podría ser microscópico o enorme. La vista aérea de un volcán activo, o las células en la placa de un laboratorio. El lienzo es pequeño, alargado y horizontal. En el centro, un charco de cera de abeja rodea lo que parece una colonia de hongos.

Fuera de esta explosión de resina, el cuadro se divide en azules, algunos pálidos y otros profundos. También hay pequeños gestos; capas semitransparentes, delicadas manchas de color que pasan casi desapercibidas, sitios en blanco en los que no se apoyó el pincel. Podría ser el interior de un tronco, o algo que está creciendo debajo de la tierra.

"Las flores no lo son", 2022
«las flores no lo son», 2022

Es una calurosa tarde de febrero y Mariana Paniagua abre la puerta de su departamento, en el quinto piso de un edificio estrecho en la colonia Benito Juarez. Lleva un overol negro sobre una camisola delgada de terciopelo, y se ha recogido el fleco con dos clips a lado de cada sien. Estaba pintando, tiene un manchón de óleo azul en el cabello oscuro, que ahora recoge con una pinza sobre la nuca. Fuera del pigmento, no trae maquillaje. 

-¿Quieres tu té súper caliente? – pregunta desde la cocina.

Su gata “Panzona”, con quien comparte el departamento, se pasea sobre las losas de porcelanato, y esquiva el librero, en el que ya no cabe ni una hoja de papel. Huele a trementina, resina y tierra húmeda.

La única iluminación natural proviene de una pared vidriada frente a la que se encuentran plantas en macetas de barro, sobre un banco de madera, e incrustadas en un organizador de alambre atorado al fierro de la ventana. La configuración en la que están dispuestos los helechos, en distintos niveles y formas, remite a un altar vegetal.

Mariana sale de la cocina, un cuadrado pequeño cuyas paredes están tapizadas de mosaicos amarillos, y llega a la mesa con dos tazas de barro. Se sienta y adopta una postura felina; las piernas relajadas sobre la silla, un ligero encorvamiento de la espalda, y la palma de la mano apoyada sobre la mejilla.

Más tarde, Julián Madero, su pareja, contestará que si Mariana fuera un animal, sería un gato, tal vez una tigresa; por sensual, hogareña y salvaje.

Hacer el bien sin mirar a quien

Cuando comienza a hablar de su infancia, la imágen es clara; una niña seria con los ojos de paloma bien abiertos que acompañaba a su abuela a regar las plantas. Con su voz dulce, Mariana recuerda cuando regañó a su hermano por aplastar a una hormiga. 

«Mariana heredó muchos valores de su abuelita» explica Julián, cuando habla de lo que más le gusta de ella. 

Julian, habla de Raquel Cárdenas Razo como una señora que “hacía el bien sin mirar a quién”; de ahí que Mariana no se pueda pasar de largo si ve a alguien pidiendo dinero.

Raquel fue la encargada de criar a Mariana, y vivió con ella hasta que la pintora comenzó la universidad. Su familia habitaba arriba de una fábrica de cables en Mixcoac, donde trabajaba su abuelo, y a donde llegaban sus padres después del trabajo. 

«Vivíamos todxs ahí, en la noche sacaban un colchón y ahí se dormían mi mamá y mi papá. También había un sofá cama en el que dormíamos mi hermano y yo… todos amontonados. Y mis abuelitos, pues en su cuarto» dice Paniagua, que al final se pone seria, frunce los labios y asiente con la cabeza. Pero se deshace de la mueca en seguida, y sonríe con los ojos, con los dientes. 

Recuerda el trayecto oscuro que tenía que recorrer para llegar a las escaleras que subían a su casa. Recuerda correr, probablemente sujetando su mochila con fuerza, al regresar de la escuela. Recuerda aquella vez en la que “se apareció” una señora lavando, y ese día nadie trabajó. Recuerda a su abuela consolando su miedo, hablando de Dios. 

Le pregunto si es religiosa, me responde que lo ha sido. Habla del pensamiento mágico, de haber sido educada en la creencia de que si existen los fantasmas también existe Dios. Pero ahora lo tiene más revuelto, la noción del Bien y el Mal se ha diluido. Lo ve muy claro en la naturaleza, en dónde no hay un juicio moral, en dónde las cosas suceden al mismo tiempo…

Pintura de Mariana Paniagua
«desprovista de materia» 2022

Yo pasé entre los dos colmillos 

Yo pase entre los dos colmillos es el nombre de la primera exposición individual de Mariana en Islera, una cooperativa cultural ubicada en La Merced, en el 2023. Paniagua fue la primera de su familia en terminar una licenciatura, que realizó en Artes Visuales. 

«A mi abuelito no le gusta mi obra, dice que son puras rayas» me comenta, y se ríe, con la intención fantasma de encoger los hombros. 

Su abuelo, que copiaba modelos de aviones al regresar del trabajo, y tocaba la guitarra, ahora vive en Tláhuac, tras la muerte de su esposa en el 2019. Tiene una colección de cassettes en los que grabó a Bob Ross, y pinta paisajes.

“Cuando está con su familia, a Mariana se le ve muy plena, se divierte muchísimo con sus tías”, me explica Julián. En las reuniones es común que se amontonen en una esquina a ver videos de Dross, o a platicar de su último avistamiento fantasmal. 

«Les encantan las cosas de sustos, podemos estar a la mitad de la cena, alguien hace un ruido, y todos ‘¡Ahhh!'»  Julián lo imita, abriendo los ojos y haciendo un sonido agudo. 

Lo paranormal suele salir a colación en los gustos de Mariana. Entre sorbitos de té de frambuesa platicamos de Mariana Enríquez y de cine gore. Me cuenta de experiencias que ha tenido, de la inspiración detrás de la serie Yo pase entre los dos colmillos

«Tuve un accidente en una residencia, una chimenea se tronó y me llené de sangre. Me espanté mucho. Tenía la sensación de que eso había pasado porque algo no me quería ahí 

Con ansiedad y todo, Mariana no abandonó la residencia. Sintió que la estaba forzando, se sintió apartada del grupo, pero siguió pintando. 

Pintura de Mariana Paniagua
«pulso fractal» 2022

Y ahí está el miedo, la paranoia, la leve sospecha de que algo la acecha. En “Pulso Fractal”, un cuadro de 10 cm x 10 cm, el azul profundo rodea lo que parece una explosión blanca. Las pinceladas son violentas, hay llamas naranjas que enmarcan la oscuridad. El óleo empastado le da perspectiva, la sensación de lejanía; estamos lejos y la luz se va a extinguir. Recuerda a un incendio. 

“Sin su nombre su materia”, de 21 cm x 31.5 cm, es uno de los primeros lienzos alargados, de Mariana. Aunque lo empezó a pintar pensando en la noche, poco queda de ese azul nocturno, ahora hay cera de abeja que escurre y forma presencias color hueso. Es su obra favorita porque la sorprendió, nunca había hecho algo así. 

«Sentía que ese título (Yo pasé entre dos colmillos) venía bien, había sido como atravesar un túnel» confiesa, con la voz suave, alargando un poco las vocales.

Hace referencia a Gloria Anzaldúa, al texto en el que la autora chicana describe cómo sería pasar a través de una serpiente: “Yo pase entre los dos colmillos/ Habiendo atravesado la boca de la serpiente, habiendo sido tragada /me encontré de repente en la oscuridad/ deslizándome por una suave superficie húmeda/ abajo abajo hacia una oscuridad aún más oscura.”

Y es que, en el imaginario de Mariana, la literatura y la poesía son importantes. Los universos de tinta la llevan a experimentar el frío, el calor, y la húmedad; la llevan a tantear escenarios imposibles.

«Me gusta imaginar la vida no solo desde nuestra perspectiva, sino especular qué es lo que pasa en el interior de un hongo, del lodo, o de los procesos naturales» explica, acelerando el ritmo de las palabras, mientras acaricia a su gata con movimientos lentos.

De pequeña, Mariana quería ser bióloga marina, le gustaba ver las cosas de cerca; lo que era más lento o pequeño, lo que no era tan notorio a simple vista. Ahora, toda esa sensibilidad se ha transferido a su obra; lienzos, en su mayoría chicos y cuadrados, que son interpretados como abstracciones pero no lo son. Son acercamientos. 

Pintura de Mariana Paniagua
«y desde ahí intuir el huevo» 2022

Paisajes que no lo son 

En el 2023, Mariana comenzó a trabajar en el taller de Ana Segovia, un artista contemporáneo representado por la galería Kurimanzutto. Segovia ha sido nombrado por la revista Vogue, la revista Código, y la plataforma Artsy como uno de los artistas que han dado forma a la escena artística en México. Actualmente, su trabajo se expone en la 60° Bienal de Venecia. 

Es Ana quien hace referencia a William Turner cuando habla de Paniagua.

«Mariana tiene una capacidad muy aguda, muy tremenda, para poder plasmar mundos interiores sin límites, especialmente en obras de formatos chicos, de repente, los puedes ver y sentir la inmensidad. Obviamente, está súper inspirada por el romanticismo alemán y  el romanticismo inglés de Turner.»

Segovia me recuerda que en el romanticismo se abstraía el paisaje para llevarlo a un campo de paisaje interno, y emocionalmente infinito.

Para Ana, “Lo bello de una pintura que retrata el atardecer, es que no es el atardecer”, y Mariana tiene la sensibilidad de retratar sin necesariamente darnos el fenómeno natural.

«Te lo está dando en sentimiento al quitarle la representación de la «montañita”, el “solecito”, la “nubecita”, te da la sensación de estar viendo eso…y  es familiar porque lo has vivido antes.»

“Esta me dio miedo”, escribe Mariana en la caption de una de sus últimas publicaciones en Instagram. La pintura corresponde a uno de los formatos largos con los que se ha ido familiarizando. “Es como una polilla”, comenta un usuario. 

Efectivamente, en el lienzo se desdibuja la forma de unas alas. Pero, más que nada, la pintura es apocalíptica. En el centro de un círculo de luz salen tentáculos rosa claro, que bien podrían ser raíces. Se expanden sobre un fondo en tonos azules, que tal vez es el cielo, o el mar. Transmite una energía voraz, propia de sus paisajes.  

Pintura de Mariana Paniagua
«en cual sitio del tiempo» 2022

Acercamiento microscópico

Después de un rato, nos movemos al estudio de Paniagua, que está dentro del departamento. Cruzamos la sala en la que ha colgado una hamaca de las paredes. Al fondo, a un lado de su habitación está el taller. El suelo es de parquet, la madera otorga el aspecto cálido de un cuarto infantil.  Ella llega primero, y se dirige al restirador, cubierto por una manta de plástico, que está colocado frente a la ventana. Es un espacio pequeño, cuadrangular, con una ventana de medio piso, que va de una pared a la otra. Hay cuadros apoyados en el piso, colgados, recargados contra la pared, y detrás de la puerta. 

Nos sentamos frente a la serie que está preparando para la exposición en Suecia. Parte en cuatro días, y algunos de los cuadros ya están emplayados. Me los quiere mostrar, y se despereza sin emitir sonido; levanta una bolsa verde reutilizable y saca los lienzos con delicadeza, despegando el plástico. 

Los lienzos son acercamientos microscópicos que podrían ilustrar el brote de las raíces debajo de la tierra. Son alargados, horizontales, y están pensados para formar una línea que cuente la historia del Origen. 

Aquí, entre el olor a polietileno y aguarrás, Mariana habla de sus pesadillas. 

«Me pasa mucho que sueño que hay un tsunami o que estoy en el mar y ya no se ve la tierra… el otro día soñé que caía un meteorito en Yucatán otra vez – platica mientras pasa sus dedos por las cerdas de una brocha.»

Mariana nació, y creció en la Ciudad de México, una metrópolis que se enfrenta a una crisis hídrica. El avance del problema amenaza con llegar al “día cero” cuando el sistema Cutzamala deje de suministrar agua a sus habitantes. 

«Siempre he tenido la sensación de que nos tocó vivir un punto muy apocalíptico. Hay muchas cosas que siento enormes, que vienen de un poder muy grande, como lo del agua. Y digo ¿qué vamos a hacer?» 

Durante una temporada, Mariana pintó incendios, escenarios de catástrofe. Pintaba la sensación de estar ante un peligro inminente del que no se podía proteger. Puntos de color que contrastaban con la inmensidad del panorama. 

La calma con la que enuncia sus miedos, y la risa escalonada con la que le quita importancia a sus confesiones, distraen de la discreta angustia que se asoma en sus ojos. De repente hay un cambio de luz en el estudio, una nube cubre el sol; el azul ftalo, favorito de Mariana, cobra una textura rugosa, de sueño de caverna. Los lienzos parecen más claros así, en la calidez amortiguada, en el regusto de las confesiones, en el fondo de la taza de barro en donde una vez hubo té de frambuesa. 

«Nunca sé si estoy sobredimensionando o si es un peligro muy inminente y nadie reacciona» pronuncia la pintora con los ojos fijos en la pared. 

Foto de Mariana Paniagua
Foto de Ricardo Rosales

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